Mi historia
El exceso de peso ha sido una constante en mi vida. Mi fisiología nunca ha respondido a las estadísticas de lo que puede esperarse de mi por ser colombiana, y siempre ha sido evidente el hecho de que soy “diferente”, mucho más alta que las mujeres colombianas, con una estructura ósea grande y sí, con sobrepeso.
Desde temprana edad mis padres se preocuparon al ver que estaba creciendo más de lo “normal”; y después de exámenes médicos y múltiples encuentros con especialistas endocrinólogos, se decidió que mi edad ósea era dos años mayor a mi edad fisiológica.
La memoria me falla un poco a la hora de recordar estos episodios de mi infancia, pero agradezco a mis padres que hayan optado por no darme medicinas ni seguir con tratamientos químicos y asumir que mi altura se debía a una hermosa combinación genética heredada de mis antepasados.
Sin embargo, mi altura no fue lo único que siguió creciendo, también lo hizo mi apetito. Mi papá era un excelente comensal y amaba la buena comida, algo que sus dos hijas heredamos y comenzamos a experimentar desde temprana edad. Es así que a los 8 años de edad ya era considerada “gorda” y fue necesario comenzar una primera dieta. Los detalles de este encuentro con la nutricionista son vagos y no tengo claro como terminó. Lo que sé es que no dio resultado y la mayor parte de mi infancia la viví en un cuerpo con sobrepeso y la presión social obtenida de diferentes frentes como el colegio, familia, amigos y los medios de comunicación.
Llegó la adolescencia y con ella, el deseo de convertirme en una mujer con un cuerpo delgado que respondiera, de nuevo, al estándar que la sociedad espera de una joven de 13 años. Esta vez fui yo quien decidió comenzar una dieta, dirigida de nuevo por una nutricionista profesional quien recomendó una dieta muy restrictiva, con una ingesta de 1000 a 1200 calorías al día. Hoy en día veo cómo ésta no fue la mejor decisión para una adolescente que estaba en plena etapa de formación y crecimiento.
Logré rebajar 17 kilos en 2 años y medio y mi figura se veía “adecuada”, pero mi sistema metabólico y endocrino no sufrió los mismos efectos y por diferentes causas de alguna manera se estropeó, causando desmejoras evidentes en mi salud con las que he tenido que convivir por 20 años.
De nuevo tratamientos químicos y endocrinólogicos, exámenes de sangre, pruebas aquí y allá, pero nada que indicara la causa y solución a mis síntomas y enfermedad. Decidí dejar las medicinas y vivir con los síntomas, aunque esto impulsó que recobrara el doble de peso que había perdido en el intento anterior.
Me convertí en una escéptica de las dietas (creo que aún lo soy, de aquellas restrictivas que lo único que generan es ansiedad) y decidí vivir con este sobrepeso. Aprendí a amar mi figura, a aceptar la imagen que el espejo reflejaba y poco o nada me importaba lo que la sociedad tuviera que decir sobre estándares y estadísticas.
Pero mi salud no mejoraba y un primer signo de alerta de que las cosas no iban por el camino correcto fue cuando me sangró una úlcera. Tratar de recuperar las fuerzas después de este episodio tan molesto, dio el empujón final a otros 15 kilos adicionales de sobrepeso.
Por ese entonces llamó mi atención el yoga y la cocina ayurvédica. Conecté perfectamente con esta filosofía y vi la sencillez y obviedad de sus principios. Hice unos primeros cambios en la dieta, comencé a hacer yoga y me sentía muy bien. Mi grupo de asesores médicos (Como yo los llamo), el médico bioenergético Hernán Darío Carvajal y la terapeuta Silvia Vela, con quienes estoy en tratamiento ya hace muchos años, también continuaron trabajando en mi sistema endocrino, logrando cada vez mayores avances.
Pero el peso no reducía, dejé el yoga a un lado y conservé muy poco de la cocina ayurvédica. A comienzos de 2012, en una revisión de rutina después de las vacaciones de final de año, el doctor Carvajal detectó que mi páncreas no estaba funcionando correctamente y me recomendó hacerme unos exámenes de sangre. Aunque en aquel momento no me declararon diabética, los resultados fueron lo suficientemente convincentes para hacerme repensar mi estilo de vida y tomar cartas en el asunto.
Cuando me preguntaban si estaba haciendo dieta o si me había hecho una cirugía de reducción de estómago, tenía que responder: “no, simplemente estoy comiendo saludable”. Me deshice de todo lo refinado, entre ello el azúcar, harinas blancas y arroz blanco.
Gracias a la indicación del nutriólogo Sandro Gómez, (recomendado por mi médico bioenergético), en 2012 introduje nuevos alimentos cuyo indíce glicémico es bajo, me despedí de chucherías y alimentos procesados, incorporé caminatas de 20 minutos al día para despertar mi metabolismo, retomé el yoga y reincorporé ingredientes y principios de la medicina ayurvédica. En aquel momento perdí 40 kilos.
2011
2014
Ahora en 2023 sigo intentando mantener un peso saludable. La pandemia no fue fácill, porque seamos sinceros: el ser humano ha creado deliciosas recetas que desafortunadamente no son buenas para la salud. Mi criptonita son las harinas blancas (Especialmente todo aquello preparado con hojaldre), pero he mantenido mi firmeza y sobre todo disfrutado re-conociendo ingredientes ricos que le hacen bien a mi salud. Pero ahora estoy caminando entre 1 hora y 1 hora y media diarias con mi perro, mantengo hábitos de los que adquirí en ese entonces y sigo cuidando mi salud.
Por ello la idea de crear este espacio, donde en ningún momento me estoy tomando atribuciones médicas ni recetando dietas que deben ser monitoreadas por expertos, sino compartir mi experiencia con aquellos que buscan mejorar su salud y alimentarse de manera más natural y fresca, presentándoles nuevas recetas, sabores e ingredientes que les permitirán conseguir que ese cambio de alimentación sea permanente.
Bienvenidos a El Especiero, un lugar donde los sabores, ingredientes y creatividad se mezclan para motivar a aquellos que han decidido modificar saludablemente sus hábitos alimenticios.